El “Nada es para siempre” se ha convertido en un mantra que acabamos utilizando en múltiples situaciones y contextos. Lo aplicamos en nuestros procesos de reflexión o acompañando a otras personas, con intención de ayudarlas a lidiar situaciones desagradables de la vida.
Recientemente, un cliente me definió como el “anti-coach”, ironizando con mi costumbre de cuestionar, especialmente, ciertos mensajes y razonamientos que nos llegan a menudo. Mensajes reciclados de disciplinas respetables y rigurosas como la psicología positiva, la neurociencia o enseñanzas del budismo, entre otras, que han acabado desvirtuados en un mundo de “memes” y tópicos del crecimiento personal.
Con frecuencia se repiten sin cuestionar nada más, o tomándose como leyes absolutas a conveniencia, en función de lo que interese potenciar en cada situación.
Estudiar, formarse y leer durante horas está muy bien, pero nos aporta poco, y relativiza nuestra contribución, si no nos ayuda a formar un criterio, a mejorar nuestra empatía y, en última instancia, a dotar de calidad a nuestra influencia en nuestro paso por la vida.
Te propongo reflexionar sobre este “Nada es para siempre” tan popular…
Aceptemos que “NO” lo es…
Esta sentencia se presenta habitualmente en el mismo párrafo en el que se nos recomienda el “desapego” o el “no apego” a personas y cosas. Pretende facilitar la independencia emocional y física, reforzando así las posibilidades de adaptación a cambios motivados por decisiones propias o ajenas.
A veces convive con “No eres un árbol, si algo no te gusta, muévete”. Así, pretende empoderarnos para darnos permiso para replantearnos la conveniencia de situaciones o cosas, afrontando esos cambios en clave positiva.
También “marida” muy bien con el concepto de “aceptación” y el de “no resistencia”, para canalizar nuestra energía hacia adelante, en lugar de bloquear nuestra evolución.
No faltaran las menciones del “Esto también pasará” y “Momento mori” que nos recuerdan recurrentemente las publicaciones en Instagram de profesionales -o no– del coaching, la psicología y otras personas, siempre con la mejor de las intenciones.
Ahora bien, ¿y cuando nos planteamos la posibilidad de que “SI” sea para siempre?
¿Qué ocurre cuando nos implicamos en un proyecto con una intención de trascendencia y permanencia? ¿Y si lo hacemos con confianza, ilusión y perspectiva, canalizando nuestra energía hacia una meta a la que no ponemos límites? Una meta a la que no cuestionamos sus posibilidades de perdurar en el tiempo y a los obstáculos del camino.
Encarar un proyecto desde esta actitud puede favorecer y premiar la persistencia. Al tiempo, da sentido a elevar los estándares de calidad, promueve la interrelación y contribuye a generar un sentimiento de pertenencia.
Para complementar la reflexión, te propongo un pequeño análisis:
¿Cuál de las dos creencias crees que primaban en proyectos como la Gran Muralla China o las catedrales góticas? O, más cercano en el tiempo, ¿en base a qué estándares se basaba la producción de automóviles, electrodomésticos o útiles -como una maquinilla de afeitar- de los años 50, aquellos que podían durar varias generaciones?
Siguiendo este hilo, adivina qué principio está en el origen, e incentiva, la producción de productos con obsolescencia planificada, la proliferación de productos de un solo uso, la ropa de baja calidad y las relaciones de baja intensidad…
En base a tu experiencia vital, ¿cuánto de cierto crees que hay, o no, en lo que te he planteado?
¿Cuál de las dos creencias te ha supuesto más crecimiento y satisfacción?
Te dejo con estas preguntas en mente.
Continuaré con esta reflexión en la próxima entrada del blog.
Continuará…