¿Alguna vez has tenido la sensación, o te han hecho sentir, que no eres suficiente?
Suficiente buen profesional o compañía a los ojos de tu pareja, por ejemplo. Yo sí.
Quizás en un entorno profesional, por no cumplir expectativas en el desempeño de un trabajo, o en un contexto personal, por no cumplir los requisitos que tu pareja pretende encontrar en el que ha de ser su compañía de viaje por la vida.
Sentir que “no somos suficiente” nos genera frustración, inseguridad e impotencia. Como consecuencia, nos paraliza y no vemos solución porque no es algo que “hacemos” o “no hacemos” sino algo que vivimos como lo que “somos”. El peor de los escenarios, vaya.
A menudo olvidamos que, en toda valoración, la respuesta se encuentra en el intervalo existente entre la experiencia vivencial y la expectativa proyectada. O lo que es lo mismo, entre lo que tenemos o vivimos y lo que alguien considera adecuado tener o hacer. Cuanto mayor sea la diferencia entre un punto y otro, mayor será la insatisfacción propia o ajena.
En ese intervalo encontramos el índice de satisfacción a aspectos tan dispares como la felicidad, la calidad de vida, el tipo de jefe adecuado o la pareja ideal, entre otros.
Con frecuencia, llegamos a esa sensación como fruto de valoraciones ajenas, explícitas o implícitas, según la escala de valores y prioridades personales de terceras personas.
Somos animales sociales y necesitamos sentirnos aceptados, validados y acogidos por nuestro entorno, especialmente por las personas que consideramos importantes para nosotros y, por encima de todas, por aquellas a las que queremos, admiramos y con las que queremos consolidar una relación, sea personal o profesional.
Este deseo de aceptación sitúa a los otros, implícitamente, en una posición de poder sobre nosotros. Y como todo poder, requiere de empatía, flexibilidad y mucho respeto para ser utilizado de forma positiva y constructiva.
Obviamente, la otra parte tiene todo el derecho a exigir unos requisitos de acuerdo con sus valores y expectativas. Y tú lo tienes a considerarlos injustos, inapropiados e, incluso, poco saludables para ti. Esto no tiene nada que ver con la suficiencia, tiene que ver con la compatibilidad de expectativas y, sobre todo, el respeto que nos merecen las elecciones ajenas.
Tiene que ver, también, con el nivel de madurez a la hora de valorar, más allá del aprecio de determinados hábitos valores o aptitudes, si estos afectan en el día a día o en el resultado de la relación hasta el punto de hacerla incompatible.
Revisar periódicamente en qué punto nos encontramos, puede ayudarnos a mantener la motivación, tomar decisiones, mantener el esfuerzo o, incluso, optar por una renuncia. Todo esto forma parte de la gestión de la vida y no habría de suponer más inconveniente.
Pero es distinto cuando nos invade la sensación de “insuficiencia”. Y aún más cuando es una tercera persona la que nos genera esa sensación al no ver cubiertas unas expectativas que son únicamente suyas.
Eleanor Roosevelt dijo que “Nadie podrá hacerte sentir inferior sin tu consentimiento”. Lo comparto totalmente. Hemos de ir a la esencia del sentimiento, de hasta qué punto compartimos la opinión ajena y, en consecuencia, si estamos dispuestos a aceptarla y asumirla.
Según el dicho “Quien hace lo que puede no está obligado a más”. Valora, según tu criterio, hasta dónde puedes y quieres llegar. Identifica el alcance de tus expectativas, tus valores, anhelos, si te resulta coherente, saludable y el umbral de sacrificio que aceptas asumir.
Cuando nos guiamos o dejamos condicionar por las expectativas, valores y prioridades de terceras personas, ponemos en sus manos nuestra vida y nuestra prosperidad. Estamos dándole permiso para que nos defina como “suficientes” o no.
Si nuestra autoevaluación libre y personal no es satisfactoria, podemos estudiar opciones de mejora, aspectos a revisar o habilidades a adquirir. No hemos de renunciar a “ser mejores” pero, si decidimos serlo, que sea fruto de un propósito personal.
De igual manera, si decidimos renunciar a algo o aceptar nuestras limitaciones, ha de serlo de una forma objetiva, serena y madura. De acuerdo con nuestros valores y prioridades.
Para amenizarte el proceso de reflexión, te invito a escuchar la encantadora canción de Natalia Lafourcade, “Nunca es suficiente para mí”.
¡Disfrútala!